La noche no
era la más propicia para poder descansar, la tormenta estaba justo encima y los
rayos serpenteaban por el cielo, los relámpagos iluminaban la oscura noche
haciendo formas terroríficas en el interior de la vivienda a través de los cristales
de las ventanas, los truenos eran ensordecedores y la bella Elena esperaba
despierta a su compañero Miguel. De pronto la puerta de la casa se escuchó era
como si alguien golpeara en ella, como si alguien estuviese usando la vieja
aldaba que tenía la majestuosa puerta de ébano. Elena fue a encender la luz y
vio que no había, cogió una palmatoria de su cuarto y una caja de cerillas,
saco una y frotó fuertemente contra la pequeña lija situada en uno de sus
laterales encendiendo así unos grandes cirios que tenía guardados en el cajón
de la encimera. Uno lo puso en la
palmatoria mencionada anteriormente y otros tres en un antiguo candelabro de
bronce que usó para bajar las antiguas y rechinantes escaleras de caracol
fabricadas en madera de lujo con un
forjado digno de un palacio real. Una vez abajo la aldaba seguía de vez en
cuando sonando en la puerta, eran golpes secos y continuados que paraban durante
unos treinta segundos. Desde que sonó la primera vez la puerta hasta que Elena
bajó habrían pasado unos dos minutos justo ya cuando se acercaba a la puerta,
sonaron otra vez, cuatro golpes seguidos, al abrir un escalofrío la recorrió el
cuerpo… en el exterior no había nadie...
CONTINUARÁ...